Por Edmond Estrella
¿El que jugaba el jardín derecho?
¿El de la barba?
¿El que en sus turnos al bat pedía la brea al Abuelo Mora, en cada pitcheo?
Esas fueron las preguntas de un “niño de 8 años” cuando supo hace unas semanas del fallecimiento de Miguel Suárez, jardinero derecho de los Diablos Rojos del México en la década de los 70, sí, los años en que ese pequeño conoció y se enamoró del béisbol y en particular en 1976 del equipo rojo.
No pudo dejar de tener tristeza por la noticia.
Si bien Miguelillo no fue su máximo ídolo de aquel entonces, si era uno de los consentidos de aquella base nacional que tantas satisfacciones dio a la tribuna roja. Verlo en esa posición característica al batear, enconchado lo más posible y luego ese swing que regaba hits por todo parque de pelota en que se paraba, son estampas inolvidables para quienes vieron al número 11.
Desde aquel entonces ya existía preocupación por la duración de los juegos y una medida que tomó la Liga fue que el bateador no podía salir de la caja o pedir tiempo, so pena de que le marcaran strike (y ningún pelotero le recordó su familia al Presidente de la Liga, como en su momento hubo otra historia respecto de estas medidas).
Miguel y el Abuelo Mora enfrentaron entonces un reto interesante con lo de la brea, pero lo resolvieron dejando un saquillo en la bolsa del pantalón de Suárez. Aunque con brea y sin ella Miguel continuó disparando batazos a diestra y siniestra, siendo parte fundamental de aquellos Diablos Rojos campeones del 73, 74 y 76.
No tenía precisamente un brazo de cañón en el jardín derecho, ni tampoco vienen a la memoria atrapadas espectaculares en aquella pradera, pero sí está en el recuerdo que cumplía a cabalidad con la tarea defensiva.
Es curioso que en su debut allá en 1971, consiguió el trofeo de “Novato del Año” pero a nivel equipo fue el año donde ocurrió “el día más triste de la historia” al ser eliminado el México el último día de temporada con derrota ante el Águila de Veracruz y victoria de los milagrosos Charros de Jalisco, comandados por un novel manager llamado Benjamín Reyes.
El destino beisbolero se iba a encargar muy pronto de presentar nuevas historias, con muchos de los mismos protagonistas de aquella triste temporada escarlata.
Y es que Miguel, junto a Abelardo Vega, Ramón “Abulón” Hernández, Antonio Villaescusa fueron la estructura fundamental sobre la cual el México de aquella década tuvo grandes resultados, claro está que no solo eran ellos, sino un cuerpo de pitcheo con Alfredo Ortiz, Enrique Romo, Aurelio López, Pedro Ramos, Manuel “Pollo” Rodríguez, Greg Shanahan, George Hutson (o Hudson, de acuerdo a como hemos encontrado ahora que se escribe así su apellido) Luis Meré, entre algunos más y algunos extranjeros en la ofensiva como Pat Bourque, Jim Clark, Adolfo Phillips o Ted Ford.
En 1976 Miguel se acercó a los 1,000 imparables y como una cábala manifestó que no se rasuraría la barba hasta llegar a la entonces mágica cifra que pocos habían logrado. Durante ese año se pudo ver entonces al de Guasave ataviado en el jersey rojo, los bombachos en blanco, su sonrisa siempre característica y aquella tupida barba que pudo caer posterior a llegar a su primer millar de incogibles en la Liga Mexicana de Verano.
Un año después llegó aquella final contra Nuevo Laredo que perdieron los rojos, en una de las grandes sorpresas en la historia de la LMB y para el 78 inició el final de aquella época dorada escarlata, cuando encontraron su némesis en los Rieleros de Aguascalientes y en particular con Horacio Piña que ese año se consagró, lanzando el segundo juego perfecto de 9 entradas en la historia del Circuito, que al igual que el 1º, conseguido por Ramiro Cuevas, fue contra el México, aquel line up que nunca se rendía, pero que en aquella temporada se vieron superados por rivales y quizá, por el cambio generacional que es inevitable.
En el receso de temporada rumbo al 79 Alfredo Ortiz recibió la oportunidad de dirigir a los Plataneros de Tabasco y con ello se abrió un hueco en cuanto a pitchers abridores zurdos, por lo que la directiva roja, encabezada por Ángel Vázquez pensó en Jesse Trinidad, zurdo que estaba con los Tecos de Nuevo Laredo y para conseguirlo tuvo que soltar a uno de aquellos bastiones del equipo, sí, Miguel Suárez, que ni siquiera elevó vuelo rumbo a la frontera tamaulipeca, porque fue cambiado prácticamente de inmediato a los rivales acérrimos de aquel entonces, los Cafeteros de Córdoba.
La afición roja entendió de que se trataba la situación y no hay en los recuerdos alguna recriminación para Miguel cuando llegó a jugar con los Cafeteros en el Parque del Seguro Social, por el contrario, dada su cercanía con la Porra Brava de Preferente, fue cobijado en su posición, particularmente por Don Candelario, “el Muertero” de quien fue siempre su jugador favorito.
Luego jugó con los Tigres Capitalinos, pero el niño de 8 años dejó de ir al Parque en 81 y 82, lo que le evitó ver esos duelos. Volvió a coincidir con él en 1983, enfundado en la franela de los Plataneros de Tabasco, aunque para entonces ya los mejores años, habían pasado, pero sin duda los recuerdos de aquel, el de la barba, se quedaron siempre presentes.
Con la partida de Miguel, son ya varios los integrantes de aquel equipo campeón del 76 que están en el diamante celestial: Aurelio López, “Cananea” Reyes, Carlos Navarrete, Baudel López, “Abuelo” Mora y recientemente Mr. Hit, el nativo de Guasave, seguramente están integrando un equipo que, como lo hacían el Parque del Seguro, más allá de ganar o perder, siempre emocionarán a la tribuna, a sus aficionados, como a esos de los 70 que cada que llegaban a ver a esta novena, a cada uno de estos jugadores, sabían que jamás se rendirían y que en cada juego dejarían todo lo posible por alcanzar la victoria, por eso, jamás podrán ser olvidados por los entonces niños que los vieron jugar.
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