Juan A. Martínez de Osaba y Goenaga
Por poco no lo cuentan
Las cosas, entre peloteros, son de “ampanga”. Suelen escurrirse hacia recónditos hospitalarios a los que llaman albergues, o posadas. Sobre todo, cuando el equipo está en descanso. Algunos managers también se hacen de las vistas gordas y quebrantan la disciplina, con sumo cuidado.
Sin los romances, no es fácil jugar por todo el país. Algunos no se cuidan y se entregan a las sanciones. También los hay que no salen de los albergues y se pasan el torneo “enjaulados”. Cada cual a lo suyo.
Me contó el minero Roilán Hernández, que, en Santiago de Cuba, el 14 de febrero de 1974, Día de los Enamorados, se las arreglaron Felipe, Roilán y Labastida, para salir con unas muchachas. Emilio Salgado, Leonildo, José Martínez (El Feo) y Adalberto Herrera, también se dirigieron al Ferry-Cabaret enclavado en la bahía. Se reunieron en una mesa grande para celebrar, pero sucedieron cosas que ninguno pudo predecir.
A base de griterías y empujones, por problemas de faldas, varios de los presentes provocaron la bronca a machete limpio, que subía de tono y los pinareños, envueltos allí sin desearlo, no encontraban cómo salir. En las puertas había hechos de sangre, con machetazos y golpes. La gente se tiraba al agua, preferían los tiburones. Momentos complicados, los orientales son de sangre caliente.
Entonces, fue que el temerario Emilio Salgado se la quiso coger para él:
—¡De aquí no se mueve nadie, a nosotros hay que matarnos!
—¡Estate tranquilo, que esto no es contigo! --Rezongó Felipe.
—¡Hay que irse de aquí lo antes posible!, dijo Leonildo, pero les cogió tarde.
El precavido Adalberto Herrera, olfateó un ambiente raro y encontró la solución. Todos, menos Salgado, lo siguieron hacia un baño pequeño, donde se encerraron hasta que llegó la policía. Algunos quisieron proteger a las mujeres y Adalberto refunfuñó:
—¡Qué mujeres ni ocho cuartos!, esas son de aquí, los que tenemos que salvar el pellejo somos nosotros, que nadie nos conoce.
Las palabras de quien llamaron Ministro y La Carta, pudieran parecer descorteses, pero nada más alejado de su personalidad. Fue pragmático, allí estaban en peligro las vidas y sus carreras deportivas; ellas no tuvieron problema alguno y Emilio a llevarlas para el baño.
Llovían los machetazos y la gente se lanzaba al mar. Otros se parapetaron donde podían. Y en aquella revuelta, se oía la voz de Emilio, con unos tragos encima:
-- ¡De aquí no se mueve nadie! Tienen que respetarnos, ¡c…!
Por otra parte, sonaba la voz del Ministro:
-- Miren para este negro, meter mujeres aquí, en este pedacito.
Cuando llegó la policía (algunos cogieron sillazos), la cosa comenzó a aplacarse con disimulo, como para no dejar sospechas de peloteros. Salieron de uno en fondo del baño y arrastraron con Emilio, que seguía en sus trece.
Jornada nocturna, como para no olvidar, donde se sorteó el peligro y los vueltabajeros, una vez más, dejaron una bonita huella.
Juan A. Martínez de Osaba y Goenaga.
Noviembre de 2020.
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